A orillas del Padre Tajo Talavera de la Reina nos espera. Ciudad
milenaria, su origen se remonta varios siglos antes de la invasión de los
romanos. Cuenta Tito Livio que, en las inmediaciones de la actual Talavera,
entonces llamada Ebura de la Carpetania (Ebura Carpetanorum) se dio una
decisiva batalla, en que la comarca fue conquistada por los romanos. Esto
sucedía el año 182 antes de Cristo. Por entonces, Talavera era un castro
celtibérico, poblado por los carpetanos en las inmediaciones de los vettones.
Ahí, justamente en el límite se situarían los eburones, habitantes de Ebura
(Talavera), en la encrucijada carpetovetónica. Luego vino la romanización.
Talavera se llamó entonces Caesarobriga. Siguió la época hispanovisigoda
(siglos VI y VII). Durante los siglos VIII-XI Talavera permaneció bajo el
dominio y la cultura musulmana, aunque nunca faltó un importante contingente
cristiano entre sus moradores: los mozárabes. En 1083 fue reconquistada por los
cristianos, entrando a formar parte del Reino de Castilla. En 1211 su iglesia
principal, Santa María la Mayor, fue elevada al rango de Iglesia Colegial por
el arzobispo de Toledo Rodrigo Ximénez de Rada, que había venido a Talavera acompañando
al rey Alfonso VIII para hacer leva de soldados para la gran batalla contra el
Islam que se había de dar al año siguiente en Las Navas de Tolosa. En el siglo
XIV, el rey Alfonso XI, al casarse con doña María de Portugal, hizo donación a
ésta de Talavera y su Alfoz (amplísima jurisdicción territorial que abarcaba
toda la comarca de la Jara) y el concejo talaverano solicitó a doña María que
la villa pasase a denominarse Talavera de la Reina. Años después, en 1369, al
subir al trono, Enrique II de Trastamara hizo donación de Talavera y su Alfoz a
los arzobispos de Toledo, quienes ejercieron en ella señorío hasta las Cortes
de Cádiz de 1812.
A lo largo de una historia tan rica y variada, Talavera ha ido
atesorando importantes monumentos, que unas veces maltratados y otras
reconstruidos han llegado en gran parte hasta nuestros días. Un recorrido,
siquiera fugaz, nos obligaría a arrancar desde la Plaza del Pan, adornada con cerámicas talaveranas. Allí nos espera
la Iglesia Colegial de Santa María la
Mayor con su rosetón gótico-mudéjar en la fachada. Entramos en su recinto y
nos sorprende la vistosidad sobria y armónica de sus naves góticas, sus
capillas y sacristía repletas de tesoros artísticos, y la reciedumbre de su
claustro que custodia los restos de Fernando de Rojas, el genial autor de La
Celestina. Desde su fundación en 1211 por el rey de Castilla Alfonso VIII “el
de las Navas” y el arzobispo de Toledo Rodrigo Ximénez de Rada, la Iglesia
Colegial de Talavera de la Reina quedó constituida en el gran símbolo histórico
y artístico de la ciudad. Básicamente su construcción se llevó a cabo durante
los siglos XIV y XV, pero su interior se fue completando y embelleciendo en los
siglos posteriores, hasta el XX en que se colocó el retablo del Cristo del Mar,
magnífica obra en cerámica de Ruiz de Luna.
La disposición arquitectónica del templo se inscribe dentro del
estilo que podemos denominar GÓTICO-MUDÉJAR. La estructura del templo y del
claustro es típica y modélicamente labor
gótica en piedra, pero en determinadas capillas y, espectacularmente, en
el imafronte de la fachada, se aprecian valiosos elementos mudéjares (el
ROSETÓN, el frontón superior y los pináculos piramidales, todo ello en
ladrillo...). Ahora bien, el conjunto de la PORTADA de arquivoltas ojivales con
corrido capitel de cardinas, y los pilares y bóvedas interiores de las naves,
donde se conjuga la crucería simple con la crucería con terceletes, así como la
perfecta disposición de contrafuertes y la armonía del claustro con sus remates
de recios pináculos y monstruosas gárgolas, todo en ello en granito, nos
remiten a un gótico de gran pureza. Los siglos posteriores modelaron la
soberbia torre del campanario, coronada con esbelto y elegante templete
octogonal.
Pero hay más. Mucho más. Los últimos quinientos años de historia
han ido dejando dispersas por las diversas capillas laterales y sacristía un
número considerable de interesantísimas obras: imágenes talladas en madera,
pinturas, cerámicas, artísticos objetos de culto, alhajas... De todo ello sería
prolijo hacer siquiera relación, cuanto más hablar por extenso.
Delicadamente hermosa es la escultura de SANTA MARÍA DE LA
COLEGIAL, de finales del siglo XV, imagen que presidió el retablo gótico que
fue desmontado y sustituido en el siglo XVIII. El realismo y la naturalidad,
tanto de la Virgen como del Niño, nos remite a algún autor flamenco o a su
influjo. De extremada delicadeza es el rostro de la Virgen, con afable sonrisa
y amplia melena cayendo sobre los hombros...
Muy interesantes son los DOS FRONTALES DE ALTAR EN CERÁMICA del
siglo XVI: uno de ellos, de resabios gótico-mudéjares, y otro claramente
renacentista con su medallón central con la figura de San Juan Evangelista.
Los SEPULCROS DE LOS LOAYSA, del siglo XV, son otras dos piezas
artísticas dignas de mención. Aunque en su origen exentos, hoy se conservan
adosados a las paredes: uno en negra piedra con labores y filigranas góticas,
otro en alabastro con estatua de guerrero yacente (conocido popularmente como
“tumba de Calisto”, en homenaje al protagonista de la célebre tragicomedia “La
Celestina”...).
En una de las capillas laterales, que sirve de enterramiento al
bachiller Hernando Alonso, se conserva el RETABLO DE LA QUINTA ANGUSTIA, de
finales del siglo XV. Obra dotada de gran expresividad, su autoría pudiera
relacionarse con el gran Juan de Borgoña, por entonces maestro de obras de la
Catedral de Toledo.
Entre las pinturas destacables, conservadas en la Colegial
talaverana, hay que destacar la excepcional obra de Blas de Prado, “APARICIÓN
DE SANTA LEOCADIA A SAN ILDEFONSO”, del año 1592, que evoca con excelente
composición y belleza la célebre leyenda del siglo VII, emblema de Toledo:
Santa Leocadia se aparece al arzobispo San Ildefonso en su basílica toledana,
en una ceremonia a la que asiste el rey Recesvinto; San Ildefonso corta un
trozo de velo de la santa con el puñal del rey... No le van a la zaga en mérito artístico
ciertas pinturas atribuidas a la escuela del Greco, concretamente a Luis
Tristán, como un excelente “SAN JERÓNIMO PENITENTE”, restaurado hace varios
años... De más reciente factura (finales del siglo XVIII) es el grandioso
lienzo que preside el retablo mayor, una “ASUNCIÓN”, obra de Maella, el
destacado discípulo de Goya.
Entre las imágenes procesionales de la Semana Santa sobresalen el
CRISTO DE LOS ESPEJOS y el más perfeccionado CRISTO DE LA ESPINA, de
impresionante factura, salidos ambos del taller de José Zazo, a mediados del
siglo XVIII.
Otra de las capillas laterales acoge un bello PANEL DE SANTAS
JUSTA Y RUFINA y el espectacular RETABLO DEL CRISTO DEL MAR, piezas ambas de la
más meritoria y esplendente cerámica
salida de la Fábrica “Ruiz de Luna” hacia 1940.
Conserva la colegial además una colección importante de
CANTORALES, libros de coro que utilizaban los antiguos canónigos para el rezo y
cato de las horas canónicas. Se trata de interesantes ejemplares, adornados con
bellas labores de antiguos copistas. No faltan, finalmente, alhajas de cierto
valor como portapaces, cálices, custodias, etc..., restos del antiguo esplendor
de la Iglesia Mayor de Talavera, objeto de saqueos indiscriminados a lo largo
de la historia.
En las inmediaciones del Ayuntamiento reparamos en el Monumento al Padre Juan de Mariana,
hijo ilustre de nuestra ciudad y gloria de la historiografía española. Su
Historia de España y su Tratado sobre el Rey y la Institución Real son escritos
imperecederos. Él acuñó la célebre teoría del “tiranicidio”, que no ha perdido
actualidad hasta nuestros días y sigue siendo severísimo aviso para malos y
tiránicos gobernantes.
A un paso se yergue el Teatro
Victoria, con su elegante fachada decorada con cerámicas de Ruiz de Luna,
la célebre fábrica que supuso la recuperación de la cerámica artística de
Talavera en la primera mitad del siglo XX.
Prácticamente adosada a la Colegial por su lado este, la Casa de los Canónigos (finales del siglo XIV) enlaza con el Monasterio de Santa Catalina, en su
día habitado por frailes jerónimos, y desde 1909 sede de la Fundación San
Prudencio. Su monumental iglesia, de estilo renacentista, fue trazada por
Alonso de Covarrubias.
Desde allí, adentrándonos por callejuelas de sabor medieval,
llegamos hasta el conjunto de monumentos representativos del llamado “barroco
en ladrillo”: Iglesia y Convento de las
Bernardas y, a su lado, Iglesia y Convento de San Agustín el Viejo,
hoy sede del Museo de Cerámica
Talaverana Ruiz de Luna. Merece la pena entrar en el Museo y disfrutar de
su exposición permanente de objetos de cerámica de Talavera, desde el siglo XVI
hasta nuestros días: platos, jarras, orzas, lebrillos… pero también paneles de
antiguos retablos y, sobre todo, el soberbio Retablo de Santiago, obra de Ruiz
de Luna (año 1917).
Siguiendo siempre en dirección este, muy cerca están las ruinas de
la Alcazaba y las Murallas, en las que destacan las
soberbias Torres Albarranas, que
remontan su origen al siglo X, época de Abderramán III, reconstruidas en varias
ocasiones.. Frente a ellas, el Padre Tajo se deja atravesar por los remiendos
del Puente Viejo, junto al que se
eleva un reconstruido Potro de herrar,
que nos recuerda que en este espacio y más allá, bordeando la ciudad por el sur
y el este, se celebraban las antiguas ferias y mercados de ganado, las más
famosas y concurridas de España, desde el siglo XIII.
Siguiendo nuestro rumbo este, hemos llegado a los Jardines del Prado, diseñados y
modelados en 1926 con ornamentaciones de cerámica talaverana Ruiz de Luna:
soberbia alameda, salpicada de bancos, con la casita de los patos y los
urinarios públicos. Reparamos en el Laurel de la Batalla, que conmemora desde
1909 la célebre Batalla de Talavera (1809) contra los franceses., y el
Monumento a la Constitución Española, obra del escultor talaverano Víctor
González Gil. Pero lo más emblemático de estos jardines son la Fuente de las Ranas y el Monumento
a Joselito el Gallo, el más célebre torero de la historia, que murió el 16
de mayo de 1920 en la Plaza de Toros
que, justo al lado, se yergue señera. Otros bustos de toreros admiramos en sus
inmediaciones: el de Morenito de Talavera y el de Gregorio Sánchez, íntimamente
unidos a nuestra ciudad y su tradición taurina.
Como apoteosis final de este paseo, nos aguarda majestuosa y
colorista, la Basílica de Nuestra Señora
del Prado, que preside la imagen de la Patrona de Talavera, Virgen del
Prado, tenida entre las devociones más antiguas de España y en cuyo honor se
celebran las fiestas bimilenarias de Las
Mondas, ofrendas de la comarca que se remontan a la época de los romanos,
en que la fiesta era llamada “munda Cereris” (0frendas a la diosa Ceres). En la
Basílica del Prado, tanto en el pórtico como en los zócalos de sus naves y
sacristía, son de admirar los más excelentes paneles de cerámica de Talavera
que existen. Fueron realizados a finales del siglo XVI y primer tercio del
siglo XVII y son considerados gloria máxima de la cerámica talaverana y
“capilla sixtina de la cerámica española”. Sólo por contemplar estas cerámicas
merece la pena venir a Talavera.
Talavera de la Reina
Cuando te abruma
el sol de la mañana
en los duros
calores del estío
o te muerde el
ventoso escalofrío
del invierno de
cruda tramontana,
no sé si cuerpo
real o sombra vana,
acaso un sueño
que surgió del río
eres, o el
estudioso desvarío
de Rojas, de
Loaysa, de Mariana.
El tiempo
dispersó tus monumentos.
Desbarató la
incuria los cimientos.
Pero tu amor me
obliga y exaspera.
Y aunque me
duela el alma de pensarte
y me sangren los
ojos de mirarte,
te seguiré
soñando, Talavera.
José María Gómez Gómez