“Hombre universal del Siglo de Oro”, en opinión del eminente
historiador Manuel Ballesteros Gaibrois, el Padre Juan de Mariana ha pasado a
la historia como el más genuino talaverano que haya existido. Siempre tuvo a
gala llamarse talaverano y aprovechaba cualquier resquicio en sus obras para
incluir alguna referencia a Talavera, y en alguna ocasión su pluma se detiene
en amplias descripciones de la ciudad, de su configuración urbanística, de su
paisaje y alrededores y de su significado histórico. Tuvo a orgullo, además, ser español y dedicó
su vida a dar a conocer la historia de España, para que así las naciones
extranjeras respetasen y admirasen su grandeza. Vivió y escribió en la
auténtica plenitud de lo español, en
plenos siglos XVI y XVII, Siglos de Oro de la cultura española.
Juan de Mariana nació en Talavera de la Reina y son varias
las referencias que sobre ello hace el autor en sus obras. Nadie, pues, debe
poner en duda lo que él recalcó con altivez: “... el que es de Talavera como
yo...” (en escribe en una de sus Cartas). Y en la introducción a su célebre y
polémico tratado “Sobre el Rey y la Institución Real” escribió: “Sobre los
elogios que merece Talavera más vale callarse que decir poco, puesto que hemos
nacido en esa ciudad”. Se tiene por la casa en que nació Juan de Mariana
una de la Puerta de Cuartos, señalada con placa conmemorativa.
No hay duda de que 1536 fue el año de su nacimiento y que
fue hijo natural: su padre fue Juan Martínez de Mariana, Deán de la Colegial de
Talavera , y su madre, también talaverana, se llamó Bernaldina Rodríguez.
Sabemos que tuvo un hermano, Luis Martínez, que murió joven, y una hermana que
fue monja en el convento talaverano de la Madre de Dios, con el nombre de Catalina
de Santa Ana.
Se tiene también por auténtica de Juan de Mariana, aunque
con ciertas reservas, la Partida de Bautismo conservada en Pueblanueva, en la
que reza que el 2 de abril de 1536 el bachiller martín Cervera, clérigo,
bautizó con el nombre de Juan a un niño, de padres desconocidos, que trajo Juan
Salguero de Talavera a criar... En Pueblanueva, tan próximo a Talavera y en el
que poseían fincas y propiedades numerosos talaveranos, se ha mantenido
secularmente la tradición de que en la pila bautismal de la parroquia fue
bautizado Juan de Mariana. Incluso, se señala una de las casas del pueblo como
la d ela familia que lo adoptó y crió. La referida Partida de Bautismo fue
destruida en la Guerra Civil, pero fue conocida de los principales estudiosos
de la biografía de Juan de Mariana y así lo citan.
Siendo un adolescente fue llevado a estudiar a Alcalá de
Henares, donde cursó Artes y Teología. Antes de cumplir los 17 años de edad, el
P. Jerónimo Nadal lo lleva a Simancas para cursar el noviciado en la flamante
Orden de la Compañía de Jesús y allí fue dirigido por San Francisco de Borja.
Vuelve a Alcalá donde se cuenta que, siendo alumno, suplía en la enseñanza a
los profesores cuando era menester. Y a los 24 años viaja a Roma para completar
sus estudios en el por entonces fundado Colegio de los Jesuitas (año 1561). En
Roma se ordenó sacerdote y se inició en la práctica de la docencia. Más tarde
fue profesor en Sicilia. Marchó a París, en cuya universidad se doctoró y
continuó su ejercicio como profesor. Durante su estancia en París conoció la
trágica experiencia de la Matanza de San Bartolomé y ello, sin duda, influyó no
sólo en su juicio sobre el tiranicidio sino en su cerrada posición política
sobre la importancia de la unidad religiosa. En fin, desde París debió realizar
algún viaje por lugares de Flandes, donde él menciona haber estado. Y resuelve
regresar a España alegando problemas de salud.
En 1574 se establece en Toledo, de donde no saldrá sino en
viajes muy esporádicos y de recreo a las cercanías, hasta su muerte en 1624,
salvo los meses en que padeció reclusión inquisitorial en San Francisco el
Grande de Madrid. En Toledo su principal actividad va a ser el estudio y la
redacción de informes y trabajos incansables de erudición asombrosa. No abandona
la enseñanza, la predicación, el confesionario y la práctica de la caridad. Y
pasea por las orillas del Tajo, por los Cigarrales y los paisajes de los
alrededores, pero también por los barrios más pobres y humildes donde socorrer
a los necesitados. Y todo ello durante cincuenta años, medio siglo, en que va
redactando y publicando obras infatigablemente, comprometiéndose en los asuntos
y problemas más arduos.
La “Historia General de España” fue su obra
más ambiciosa, a la que dedicó el mayor esfuerzo de su vida. Obra monumental,
construida a partir de innumerables datos, notas y fichas que fue acumulando a
largo de los años, en su tiempo supuso el primer intento de una visión global
de la Historia de España. Publicada en latín en 1592, la necesidad de que fuera
accesible al gran público hizo que él mismo la tradujera añadiendo un elocuente
“Prólogo del autor”, en que explica las razones que le movieron a escribir la
obra en su día y, más tarde, a traducirla, cuál es el contenido de la misma y
el método expositivo que siguió para su redacción: “movióme a escribirla la
falta que de ella tenía nuestras España, mengua sin duda notable, más abundante
en hazañas que en escritores”. Y
añade: “Juntamente me convidó a tomar la pluma el deseo que conocí los años
que peregriné fuera de España, en las naciones extrañas, de entender las cosas
de la nuestra, los principios y medios por donde se encaminó a la grandeza que
hoy tiene”. El contenido de la obra abarca desde los orígenes fantásticos y
legendarios de España hasta la época de los Reyes Católicos: “No me atreví a
pasar más adelante y relatar las cosas más modernas por no lastimar a algunos
si decía la verdad, ni faltar al deber si la disimulaba”. El resultado fue
una obra verdaderamente impresionante por la cantidad de datos que contiene, la
precisión de las fechas y los nombres (de personajes importantes y secundarios,
de ciudades, lugares, montes, ríos...), etc. Se preocupa constantemente por
aclarar la verdad de los hechos, lo que no impide que dé entrada en su obra a
leyendas y tradiciones, aunque mostrando sus reservas. No falta, por supuesto, una permanente
actitud de interpretación moral y cristiana de los hechos históricos y,
especialmente, de las acciones de los hombres que los provocan: resaltando y
alabando las buenas acciones y criticando las malas inclinaciones, la ambición
y al soberbia que traen los males y las calamidades. En Mariana se hace lema el
dicho clásico: “Historia magistra vitae” (“La historia es maestra de la
vida”). Así consigue Mariana comunicar la imagen de España que, durante
varios siglos, han tenido y, en buena parte, siguen teniendo los españoles.
En 1599 vio la luz la
que es considerada su segunda gran obra: “El Rey y la Institución Real”,
concebida para ilustrar al joven príncipe Felipe III en las tareas propias de
la monarquía y, concretamente, del Rey. Se trata de un tratado de profundo
contenido político, algunas de cuyas ideas armaron un gran revuelo y pudieron
costarle caro a Mariana. La obra contiene una advertencia muy clara: el Rey
debe evitar por todos los medios convertirse en un “tirano”, es decir, un
gobernante que, habiendo accedido al poder por la fuerza o, incluso, por los
votos favorables de sus súbditos, se vuelve contra ellos, gobernando
arbitrariamente y procurando sólo su propia satisfacción y enriquecimiento,
perjudicando y tratando despóticamente a su pueblo, al que despoja de la
libertad y el bienestar. En tal caso, asevera Mariana, es lícito al pueblo
levantarse contra el “tirano” para derrocarle y, si se resiste, incluso
matarle. Tal es la teoría política que se conoce como TIRANICIDIO.
Ejemplificaba Mariana su aserto con la acción cometida por el clérigo francés
Clemente contra el rey Enrique III, dándole muerte por “tirano”. Sucedió, sin
embargo, que años después otro francés, Ravaillac, asesinó a otro rey de
Francia, el hugonote Enrique IV. Entonces un clamor de voces acusadoras se
levantaron contra “el jesuita español” (Juan de Mariana), al que consideraban
instigador del crimen: nobles, eclesiásticos, el Parlamento de París y los catedráticos de su Universidad (la
Sorbona) solicitaron al Papa que desautorizase y castigase a Mariana, al tiempo
que en un aparatoso acto público se quemaba el libro ante la Catedral de París...
Pero Juan de Mariana no fue castigado ni desautorizado. Al contrario, en la
misma Francia fue creciendo en la clandestinidad una logia masónica que,
titulándose “Marianne”, sostenía la teoría del tiranicidio y, al triunfar la
Revolución Francesa a finales del siglo XVIII, al símbolo de la Revolución (una
mujer con el pecho descubierto y tocada con un gorro frigio) se le dio ese
nombre, que proviene de nuestro Mariana.
En 1609 Mariana publicaba en Colonia
(imprenta de Antonio Hierato) un libro más en latín, de título inexpresivo,
pero de contenido volcánico en algunas de sus páginas: "Joannis
Marianae Septem Tractatus" ("Siete Tratados"). El título,
nada llamativo, alude a la pura contabilidad del contenido: siete tratados, es
decir, siete estudios, siete reflexiones... alguno de los cuales resultó
violentamente polémico y ocasionó graves problemas a su autor: "Unos son
mero acumulamiento de su enorme saber y otros son producto de su rebeldía
contra un estado de cosas que juzgaba inmoral o perjudicial para España"
(M. Ballesteros Gaibrois).
Otro libro de nuestro autor que causó también gran revuelo,
esta vez en España, fue el tratado de economía política titulado “Sobre
la mutación de la moneda”. En él acusaba directamente a ministros y
funcionarios de la crisis económica y caída de la moneda, lo que ocasionó que,
a su vez, fuera el propio Mariana acusado de lesa majestad, patria y religión
ante el duque de Lerma en 1609, ingresando en ese mismo año preso en una celda
del Convento de San Francisco de Madrid. Se le acusó de libelista, de procurar
el descrédito patrio en el extranjero... Pero lo único que se probó es que
Mariana tenía toda la razón y algún ministro (Rodrigo Calderón) fue severamente
castigado con la muerte (ejemplar ajusticiamiento público que conmocionó a
Madrid). Mariana salió libre de todo cargo tras varios meses de reclusión.
Juan de Mariana es un fiel representante de
la tremenda vivencia histórica de los Siglos de Oro. Desde su reducto toledano,
durante cincuenta años asistió a aquel "teatro del mundo": el
erasmismo, la Reforma luterana, la mística, la Inquisición, Trento y la
Contrarreforma, el renacimiento y el manierismo y el barroco, el
escolasticismo, el neoestoicismo, el escepticismo, el optimismo y el desengaño,
la "Hispania maior" y la "Hispania minor", la hegemonía y
la decadencia. Todo ello le hizo concebir este mundo como "negocio áspero
y escabroso". Pero Mariana, autoprotegido en su sabia soledad toledana, no
escondió la pluma ni se refugió en el ensueño romántico de Cervantes ni en la
maraña laberíntica de las palabras como Quevedo y Góngora, ni en el fácil
aplauso del vulgo como Lope de Vega. Todos ellos le admiraron y lo confiesan,
porque Mariana adoptó para su siglo y para nuestras letras el criterio de
"escritor comprometido". Una de sus máximas es suficiente, por sí
sola, para inmortalizarle: "En los negocios ásperos y escabrosos es donde
más se debe ejercitar la pluma".
En Toledo, en 1624, moría Juan de Mariana, cuando era un
venerable anciano de 88 años de edad. Y en Toledo, donde fue enterrado,
descansan sus restos en la Iglesia de San Ildefonso, la iglesia de los
jesuitas, en la plaza que lleva el nombre del insigne polígrafo talaverano. En
1887, Talavera de la Reina dedicó a su hijo más ilustre un espléndido monumento
que hoy es orgullo de la ciudad.
Monumento al Padre Juan de Mariana
“Luz
de la Libertad, Llama del Genio”
P.
Fidel Fita
Este regio manteo, esta sotana,
esta faz enigmática y severa,
esta antorcha de bronce duradera
es la estatua del gran Juan de Mariana.
Circundada de libros la peana,
firme se yergue el sabio, que naciera
en el solar feliz de Talavera,
por ver crecer el sol cada mañana.
Con ágil pluma y abismal memoria
iluminó de España la ardua historia,
fulgor que irradia ya el Tercer Milenio.
Y España agradecida le proclama
en los altos catastros de la fama
“Luz de la Libertad, Llama del Genio”.
José
María Gómez Góme