JOSÉ MARÍA GÓMEZ GÓMEZ

JOSÉ MARÍA GÓMEZ GÓMEZ

domingo, 21 de febrero de 2016



El libro

He soñado la historia de Castilla,
los mares, las batallas, los destierros,
el hambre, el odio, los crueles hierros
de la cárcel, el hampa de Sevilla,
las sagas del honor, el caballero,
la espada, la infeliz cabalgadura,
los mesones, la dama, el escudero,
Amadís, Lanzarote, la Locura,
la viciada retórica, el lenguaje,
las encantadas hierbas prodigiosas,
los filtros soñolientos, el brebaje
que cocinan las hadas sigilosas...
Algo me falta. He de soñar el hombre
que me sueñe. Cervantes sea su nombre.

El hidalgo

Cuentan que Alonso, hidalgo harto discreto,
laborioso y pacífico vivía
afrontando el afán de cada día
en su lugar humilde y recoleto.

Sucedió que a deshoras y en secreto
dio en leer libros de Caballería
y le invadió una atroz melancolía
perdiendo al cabo el juicio por completo.

Se creyó don Quijote de la Mancha
y lanza en ristre se arrojó a la ancha
llanura con estrépito y quebranto.

Otros piensan que es fábula y que antes
su verdadero nombre fue Cervantes,
gloria de España, héroe de Lepanto...

Miguel o Alonso, Saavedra o Quijano...
Su historia es el espejo de lo humano.

El molino

Desde que de los labios de mi abuelo
oí por vez primera la aventura,
no se va de mi mente la figura
del gigante que brama contra el cielo.
En él rugen las jarcias de Lepanto,
las pesadas mazmorras, las cadenas,
el solitario mar y las arenas,
la humillación, el hambre y el espanto.
Sé que es sólo una máscara, pero algo
(Amadís, Esplandián o las barbadas
brujas que perseguían al hidalgo)
acecha entre las aspas desdentadas.
Alguien, al otro lado del camino,
sigue soñando el sueño del molino.

El alcaná de Toledo

Nadie lo vio pasar. Era una errante
sombra en las callejuelas de Toledo.
No vestía el coraje ya ni el miedo
del soldado que irrumpe desafiante.
Embozado en sus éticos andrajos,
silencioso y distante, el caballero
con aspecto enigmático y severo
hurgaba en cartapacios y legajos.
Algo en unos raídos anaqueles
le llamó la atención. Con retraimiento
compró al peso los míseros papeles.
Luego, en la soledad de su aposento,
vio con horror que aquel texto aljamiado
era la historia que él había soñado.


El cautivo

Lo vieron acercarse lentamente.
Vestía a lo morisco unos calzones
y una casaca azul, hecha jirones.
Se les quedó mirando frente a frente.
Luego habló de Goleta y de Lepanto,
de Uchalí, del asalto a la galera,
de Argel y las cadenas, del espanto
de morir solo en cárcel extranjera.
Habló del Turco y su infernal mazmorra,
del despiadado remo, de los mares
que nutren esperanzas militares
y del destino aciago que las borra.
Como si fuera un ser imaginario,
vana creación de la literatura,
o prófugo poeta visionario,
volvió las riendas hacia la llanura.
Le abrazó don Quijote como hermano.
Y observó que era manco de una mano.


La cueva de Montesinos

Aquí el sueño de Dante y Odiseo.
Aquí la Boca mágica que ensancha
la sapiencial penumbra del Leteo
y la mitología de La Mancha.
Aquí en encrucijada de caminos,
donde el paisaje arisco se encabrita,
el palacio fantástico que habita
el venerable y cano Montesinos.
Aquí en pórfido invicto y alabastro
el espectro del bravo Durandarte,
que guarda el tiempo cruel en el catastro
de las leyendas del amor y el arte.
Aquí donde no brillan las estrellas
ni llega el vil rumor de los humanos
Belerma y su cortejo de doncellas
llevan su corazón entre las manos.
Aquí reina inmortal Merlín el Mago.
Aquí el triste Guadiana, su escudero,
convertido en un río duradero,
camina oculto por su reino aciago.
Aquí, llorosa y fiel, doña Ruidera
se deshace en querellas importunas
junto a sus hijas en fatal espera,
convertidas en líquidas lagunas.
Aquí en torpe sayal de labradora,
encantada su especie fugitiva,
la simpar Dulcinea, mi señora,
en cárcel de cristal yace cautiva...
Aquí la prez de la literatura.
Aquí el Aleph borgiano y la memoria,
razón y sinrazón de mi locura
y núcleo primordial de nuestra historia.

Don Quijote contempla
una vajilla de Talavera

Amigo Sancho, ¿ves nuestra andadura
en grabados de libros y en pinceles
de artista? No te asombres ni receles
si esa tu oronda y rústica figura
y esta flaqueza extrema, que es la mía,
ves dibujada en una vil cazuela
o en un plato de borde castañuela.
Es una antigua y mítica porfía.
Sábete que Merlín el hechicero,
Micomicona y todo su cotarro
han embrujado el óxido y el barro.
Somos el sueño audaz de un Alfarero.
Como el hombre mortal, somos un juego,
la magia de color que funde el Fuego.

La tristeza de Enrique Heine

Yo de niño leí por vez primera
las tristes aventuras que afrontaba
el buen hidalgo, y me desconsolaba
su sensación de historia verdadera.
En mis noches lloraba. Era terrible
imaginarle andar por los caminos
confundiendo gigantes con molinos.
Su derrota en mi alma era insufrible.
Y luego el deshonor. Vapuleado,
conducido en la jaula como un loco...
Así me fui sintiendo poco a poco
en su befa y ridículo implicado.
Desde entonces ya siempre fue mi vida
una íntima tristeza dolorida.


Gustavo Doré y El Quijote

¡Qué ciego fui! Un vértigo en mi entraña
me hizo indagar por plazas y rincones,
por ventas, descampados y mesones,
impresiones e imágenes de España.
Quise forjar la insólita figura
de aquel hidalgo amojamado y seco,
mitad filósofo, mitad muñeco,
en quien cifró Cervantes la Locura.
Y aquí está frente a mí tras tantos años,
tras tantos pesarosos desengaños,
viejo y fatal, fantástico y humano.
No es imaginación ni vil reflejo.
Me mira desde el fondo del espejo.
Tiene los rasgos que trazó mi mano.

La ruta de don Quijote

En el decurso de la historia amable
del hidalgo que lee y enloquece
un símbolo perenne resplandece,
el camino que sigue imperturbable.
En el fondo Quijote es sólo el nombre
de un ensueño de magia y aventura.
Quijote somos tú, yo y cualquier hombre
que vivimos el don de la Locura.
También en nuestra ruta hay pendencieros
malsines que entorpecen nuestros pasos,
trasgos, filtros, tropiezos y fracasos
que traman invisibles hechiceros.
Una estrella nos guía en la tarea:
el amor ideal de Dulcinea.


La sombra
      
El libro es una crónica de sueños.
En páginas de niebla nos asombra
la vana peripecia de una sombra:
seres que de sí mismos no son dueños.
Dios-autor sueña que Cervantes sueña
la labranza y los libros de Quijano
y éste sueña un hidalgo loco y vano
que es don Quijote. El libro lo reseña.
¿Quién es, pues, el autor falaz que enreda,
arduo ejercicio de literatura,
la palabra, la acción y la figura?
Sueño son Cide Hamete, Avellaneda,
el cura, el Bachiller, Sancho y el ama...
¿Qué dios detrás de Dios urde la trama?